22.2.07

Había una vez una princesa que andaba por los bosques. A veces a gatas, a veces con los ojos cerrados; a veces saltando y corriendo para atrás. A veces andaba con las manos, y a veces pegaba la barriga al suelo y se arrastraba como las serpientes.
A veces dormía en cuevas de lobos, y a veces en las colmenas.
A veces se bañaba en seco y a veces se secaba en un río. A veces iba desnuda y a veces vestida; con corteza de arce, o corteza de encina, o con corteza de cortezas de cerdo.
A veces cantaba mal, y a veces cantaba peor aún; aunque en silencio cantaba como los ángeles. A veces rompía las montañas gritando en medio de una llantina, y a veces provocaba terremotos con su enorme y estridente risa.
A veces las flores crecían a su paso, pero otras veces las flores se apartaban y la dejaban sola con la tierra seca. Y a veces la tierra seca se hartaba y le clavaba en la planta de los pies sus piedras. A veces ella escupía a la tierra seca por ser tan antipática, mezquina y rastrera; y a veces la tierra seca lloraba y a ella le daba pena, y a veces la consolaba.
A veces quería a todos, y a veces no quería a nadie. A veces preparaba meriendas y acudía el universo entero comprimido y adaptado a nuestra realidad paralela. A veces preparaba meriendas y no acudía nadie; sólo un enorme agujero negro que se comía todas las magdalenas, la mermelada, el cacao, incluso la mesa y a ella misma si no corría rauda y veloz hacía el infinito.
A veces surcaba la Nada montada en un ejército de mariposas, y a veces se consumía de pena en el Todo porque sus mariposas se morían si no estaban en la Nada.
A veces le gustaba gritar al viento que ella era un vaso de sangre, y que su sangre era bonita y que amaba su sangre por ser tan roja y brillante. A veces gritaba que ella era un vaso de horchata, y que serlo era empalagoso.
A veces creaba reinos en los lugares más insospechados. A veces en una caja de cerillas, donde metía a cien pueblos con sus aldeanos y sus vaquitas y cerditos. También metía ejércitos, castillos y dragones, y ella abría la cajita de vez en cuando y se asomaba para ver a sus súbditos, que la adoraban y amaban más que a la vida misma. Y eso le gustaba porque su ego crecía y se sentía perfecta en todas sus facetas.
A veces se golpeaba la cabeza contra las ramas de los árboles, porque a veces olvidaba que detrás de una rama viene otra y otra y otra, y que si no se agacha la cabeza uno se queda medio lelo.
A veces se golpeaba a posta porque nada era como nada era como nada era como nada era como nada era como nada era como nada era como nada era como y eso despertaba su ira.
A veces se golpeaba contra los troncos porque se aburría, y era más divertido que arrancarse el pelo a mechones.
A veces se cansaba de hacer tantas cosas y se enterraba en la tierra y mandaba la existencia a tomar viento fresco, y dormía calentita y resguardada con sus amigos los bichitos, que se acurrucaban junto a ella para que el frío y la humedad no calara sus pobres no-huesos.
A veces era la Princesa A Veces, y a veces era la Princesa A Veces también, y a veces los cuentos se terminan, o a veces no o a veces si y también y quizás y más tarde y un poquito más que no tengo sueño y fin.