28.11.08

Había una vez una semilla, pequeña y tranquila como todas las semillas cuando están dormidas en la tierra. Había sido plantada con mucho amor por un jardinero que la regaba cuidadosamente, y deseaba verla crecer y poder disfrutar de su belleza.La pequeña semilla, ajena a cualquier cosa que no fuera la calidez del vientre terroso, sólo abría los ojos de vez en cuando para beber un poco de agua y alimento. Pero un día empezó a sentir una necesidad desconocida hasta entonces. Una necesidad que le empujaba hacia arriba. Presentía que algo muy bueno le estaba esperando allí, y creció y creció hasta que una pequeña hoja verde pudo saludar al feliz jardinero.
- Hola pequeña! –la recibió el jardinero con alegría.La pequeña hoja se movió levemente en forma de saludo.
- Vas a ser una flor muy hermosa, ya verás…
El jardinero puso mucho empeño en hacerla crecer. Le echaba abono en el agua, le ponía música clásica, cuidaba que no le diera demasiado el sol…Y la flor, agradecida por todos los cuidados que le proporcionaba, puso todo su empeño en mostrarse bella. Pero un día algo lo cambió todo…
- No sé, no sé…creo que no estás creciendo muy recta… -dijo el jardinero frunciendo el ceño.Y la flor, que sólo deseaba que el jardinero se sintiera orgullosa de ella, se puso triste y furiosa consigo misma.¿Porqué no puedo crecer recta? Se preguntó a si misma. Tengo que hacer algo. Y a partir de ese día puso todo su empeño en enderezar su tallo. Era tanto el esfuerzo que hacía que hasta le temblaban las raíces, pero a pesar de haber conseguido enderezarse un poco seguía inclinándose hacia un lado.
- Mmmmm…estás un poco más recta…pero, ¿y estas hojas tan apagadas?- el jardinero arrancó unas cuantas hojas. ¡Y cómo le dolió eso a la pobre flor! Hasta ese momento sólo le había quitado las hojas secas, que la verdad, eran un engorro. Pero esas hojas estaban vivas, y le había dolido mucho. Como no quería que le arrancara más hojas sanas, procuró por todos los medios esconder las hojas más oscuras. Pero cuánto más quería esconderlas, mas hojas oscuras le salían.
-Vaya…tienes unas manchas en los pétalos también, que pena…-dijo un día el jardinero, y se fue sin apenas prestarle atención.
Aquello fue demasiado para la pobre flor, y rompió a llorar. Se sentía tan sola, tan fea, tan indigna, que decidió dejarse morir. Sus esfuerzos no habían servido de nada. Agachó la corola y cerró los ojos. Así pasó quien sabe cuánto tiempo. No sentía el sol, ni la lluvia, ni el viento, y tampoco le importaba ya. Hasta que un día oyó algo que le hizo abrir un ojo:
- Snnnnnnfff…snnnnnffffff
La flor abrió el otro ojo.
-Snnnnnnfff snnnnnnnnf.
-¿Qué haces? – preguntó la flor a un caracol que la miraba atentamente.
-Te estoy oliendo…sssnnnnnffff…snnnnnnnnnffff…
-Dejáme, hay flores más bonitas en el jardín…-y cerró los ojos de nuevo.
El caracol la miró extrañado.
- Tu tienes un olor especial ¿sabes? No lo había olido antes nunca…
La flor abrió un ojo de nuevo.
-¿En serio?
-Si, si…ya lo creo que si…
La flor sin querer se sintió un poco orgullosa.
-Qué lástima que estés tan triste… -dijo el caracol
–Eres muy bonita, pero podrías serlo más aún si quisieras…
La flor levantó la corola enfadada.
-¡Yo no puedo ser bonita! ¡Estoy torcida, tengo las hojas oscuras y manchas en los pétalos!
-Mmmmm…¿te refieres a esas hojas tan apetitosas? – el caracol miró las hojas con gula en los ojos.
-Eh, eh, eh! Ni lo sueñes…
-Está bien, está bien…-se rió el caracol – Por cierto…¿Qué tiene de malo estar torcida, tener las hojas oscuras y manchas en los pétalos?
- Pues, que es feo…
-Mmmmm…pero eso les pasa a todas las flores ¿no?
-¡No!
- Ah…pues yo lo he visto en todas, es normal… Pero no por eso dejan de ser menos hermosas.
La flor miró al caracol. Sus palabras tenían un efecto calmante en ella.
-No lo sabía…
- Sí, sí…como lo oyes. Pero ¿cómo puede ser que no lo sepas?
La flor se había esforzado tanto en ser perfecta, que no había reparado en las otras flores. Miró a su alrededor y vio a otras como ella.La mayoría tenían hojas oscuras, los tallos torcidos, unas manchas… A algunas hasta se les caían los pétalos, pero parecían felices y…hermosas.
- Es verdad…
- ¡Claro que es verdad
-¿Pero cual es entonces la diferencia?
-Pues ninguna. Simplemente que disfrutan del sol, de la lluvia, ríen…hablan entre ellas…
-¿Y no les importa qué diga el jardinero?
-Bueno, la verdad es que no mucho. Nunca está contento, pero ellas son como son. Si el jardinero no está contento no es problema suyo. Para el jardinero la felicidad está en la flor perfecta. Para ellas la felicidad está en la luz, el agua y la tierra, en disfrutar, en ellas mismas…no sé…es sencillo ¿no?
-Si, supongo que si…-reflexionó la flor.
A partir de ese día empezó a respirar más tranquila, con lo que sus hojas se relajaron, cogieron más oxigeno y se volvieron más claritas. Eso animó mucho a la flor, y empezó a hablar con las otras flores. Tenían charlas tan animadas que no podía evitar partirse de risa. Era tanta la risa, que se movía de un lado a otro sin parar, con lo que su tallo se volvió flexible y ágil. Y así los días pasaron alegremente.
Un día el caracol, que había decidido quedarse a vivir por allí cerca, decidió que había llegado el momento de la verdad:
- Mira…yo…esto…quería decirte…que…er….me gustas mucho, y quisiera quedarme aquí contigo, si no te importa…-el caracol se escondió de inmediato en su concha y la flor se puso de todos los colores.
- A…a mi también…me gustaría…mucho…
Los pétalos de la flor se pusieron de un rojo tan brillante que las manchas desaparecieron con sonoros ¡plop!
-Ooooooooooohhhh!!!-exclamaron todas las flores, entre gritos y risas. Lo más sorprendente de todo es que a partir de ese día el jardinero empezó a alabar la belleza de la flor. Pero la flor, aunque agradecida, ya no le importaba que el jardinero la encontrara fea o hermosa. Ahora sabía que siempre lo había sido, y que pasara lo que pasara, no debía olvidarlo.