13.2.06

Princesa y Annubis



Era una noche de negro oriente, con una sonrisa de estrellas perladas en el cielo;
el jazmín se mecía suavemente con un contoneo sinuoso, cantando a los gatos enamorados canciones de amores perdidos.
Miaaaaaaaaaaaau, miaaaaaaaaaaaaaaau... canturreaban con sus pequeñas boquitas rosadas, hipnotizados por la fragancia que despedían sus pétalos.

Mientras, Princesa dormitaba en su cesto, intranquila. ¿Qué diría su madre cuando lo supiera? Había tomado una decisión, pero no sería fácil enfrentarse a la furia de Bastet. Ansiosa, esperaba a que la Madre cerrara los ojos, porque su amigo amante la llamaba con fuerza.

Espero una hora, dos horas...hasta que finalmente la respiración de Bastet se hizo más lenta y profunda.
Sin apenas rozar el suelo, sus pequeñas patitas de gata la condujeron veloz a través de las calles de Egipto. Saltaba de tejado en tejado, camuflándose entre las sombras, sin atreverse siquiera a respirar, esquivando los secretos de la noche que aguardaban acechantes su próxima víctima.

De pronto una mano la cojió por la delicada piel del cogote, elevándola a la altura del rostro:
- Princesa...-susurró una voz profunda y vacía.
- Rrrrrrrrrrrrrrrrrrr - respondió Princesa.

Y los dos, Annubis y Princesa, volaron hacia el desierto, lejos de cualquier mirada indiscreta.
Y fue allí, en el desierto, en medio del abrazo más profundo, donde apareció Bastet con toda su furia de madre gata ofendida.
-¡Annubis!¡Perro!¿Cómo te has atrevido a tocar a una de mis hijas?

Annubis dejó delicadamente a Princesa en el suelo y avanzó un paso hacia Bastet, pero antes de que pudiera decir nada, Princesa se interpuso entre los dos.

-Madre...¿qué más da? Cuando las velas se apagan, los gatos son pardos, pero los perros también...¿no?

Bastet, confundida, se marchó dejando a los dos amantes con sus dulces quehaceres, mientras ella meditaba un poco a cerca de lo que le había dicho su hija.

Madhuvari

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